Paisaje y semillas

Autor: William Niñó Araque

Catálogo: Temporada, nuevo manual de especies vegetales. Sala Mendoza, Caracas, 2001

Exposición Temporada, Sala Mendoza, Caracas, 2001

“…abandonamos el proyecto de pasar la noche entre los dos mogotes de la Silla; y después de haber recuperado  el sendero que nos habíamos abierto subiendo al través del bosque cerrado de Heliconias, llegamos al Pejual, que es la región de los arbustos odoríferos y resinosos. La belleza de las Befarias, sus ramas cubiertas de grandes flores purpurinas, ocupaban de nuevo toda nuestra atención. Cuando en estos climas se recogen plantas para formar herbarios hay tanta dificultad en la selección cuanto mayor es el lujo de la vegetación.”

Alejandro Humboldt

I.

Vicente Antonorsi es un romántico tardío, muy tardío; un paisajista pre-impresionista, un pintor viajero, un catalogador insigne, un puro visualista perteneciente al grupo de los botánicos y los enciclopedistas, su vocación de arte se relaciona con los rastros de la naturaleza que marcan la evolución del tiempo. Su curiosidad contemporánea abraza el perfil caluroso de la región, la selva húmeda tropical, el caribe entero, el litoral central y con ello, el cañón del valle de Caracas. Los rastros de su búsqueda están en el tiempo, en las semillas en la hojarasca, las floraciones y los frutos. Su registro atrapa también (y además de las formas), ese aroma sustancioso que se desprende de la montaña. Su obra persigue, insisto, esos rastros que deja la batalla incesante entre los opuestos, entre las lluvias torrenciales de julio y las sequías agobiantes que nos permiten formalizar la cornucopia gigantesca que deja la naturaleza cada temporada.

II.

El martes 6 de febrero en la madrugada, la fuerza de la brisa caliente sobre el cañón del valle se estancó; al día siguiente, la calina desató la más poderosa solaridad decretando en consecuencia la llegada del calor. Sobre la montaña más de cuatrocientas hectáreas se quemaron. Asombrado por la belleza descomunal que también genera el pánico del incendio, el paisaje de estos días se ha hecho azul intenso, teñido por la chamiza quemada. En Caracas febrero es el tiempo de la calina, esta experiencia, absolutamente caribeña, nos transforma en la ciudad del mar. Aquí, ahora, el olor es salitre, esa calina es el resultado de la polarización de millones de cristales de sal arrastrado por las corrientes marinas desde Barlovento, los cuales generan un fenómeno que (lejano de la contaminación) crea una bruma descomunal recostada sobre la montaña. La calina nos impide cada año, durante 6 meses observar los perfiles de las cosas y la transparencia de la geografía.

III.

En el trópico mayo presagia el tiempo de la siembre, aparece como el paréntesis más asombroso de la temporada. Sin embargo, son los primeros días de julio los que corresponden al momento bíblico; las ráfagas frías y descomunales alejan la calina instalada sobre Caracas desde febrero, alejan los calores desconsiderados, alejan los incendios y las sequías, retornan definitivamente las lluvias. Durante estos días de julio una oceánica inhalación de tierra mojada eclipsa la belleza de la montaña ofreciendo una clave de lo caraqueño: el anima revive en sus especies vegetales, los olores atávicos, anulan las imágenes y perpetúan otra percepción. Julio abre un tiempo de frescor, de nocturnas lluvias torrenciales, de tempranos amaneceres plateados y de luz amarilla al atardecer, julio nos presagia noches tormentosas y eléctricas, días de chaparrones incesantes y el verdor prodigiosos e inesperado que hace de Caracas, en ocasiones, un espectáculo de proporciones planetarias.

IV.

El descubrimiento del paisaje, propuesto por Antonorsi, a través de los acentos solitarios que marcan sus especies vegetales a la luz de cada temporada, proponen a su vez un auto-descubrimiento del territorio, una revelación de sus límites, una intuición de su apariencia, un conocimiento de su geografía real. “Ver cerca”, o interpretar todo desde su interioridad, podría ampliar la idea Albertiana de la ciudad como una casa, cuya contemplación interior se extiende paradójicamente en las fuerzas que adquieren los grandes momentos de la ciudad, ya que es a través de sus confesiones más íntimas como se transmite las cualidades de la herencia. Para Antonorsi los grandes momentos se enfrentan compulsivamente a las dificultades que opone el paisaje y la naturaleza misma; este enfrentamiento entre naturaleza natural y naturaleza histórica (o construida) es el argumento más afortunado de su obra; es el regalo de las ideas de las especies vegetales como la clave de la apropiación de una serena condición contemplativa. Antonorsi es un gran momento de Caracas.

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