“La realidad imita al arte”. No hace falta reflexionar por mucho tiempo para comprender este pretexto, al que se suele acudir en muchas oportunidades y que, como el comodín de un juego de naipes nos valga un intento de explicación acerca del asombro que producen inusitadas situaciones, lideradas por las semejanzas, entre la vida cotidiana y la excepcional y artificial creatividad humana. Lo que si lleva mas tiempo y muchísimas mas páginas y lecturas , es lo contrario: explicar como una obra de arte es capaz de imitar la realidad sin que deje de ser lo que es: una producción intelectual y material cuyo origen no es otro que la insondable voluntad de creación artística.
Sírva esta advertencia para intentar una aproximación a la obra escultórica de Vicente Antonorsi (Caracas, 1952) Desde hace varios años, este artista se afana en destacar los valores plásticos de un fértil inventario natural en el marco de unas estructuras muy racionalistas, que solo parecen ubicarse como dispositivos para una lucida organización de semillas y diversas maderas. En apariencia, estos soportes parecen registrarse exclusivamente para la exposición de la belleza de texturas y volúmenes naturales, en el espacio purificado de la sala de exhibición, dejando al arte – o en este caso a la participación del artista – en un plano secundario de intervención.
Sin embargo y como señaláramos líneas atrás , esto es así solo ilusoriamente, pues el trabajo escultórico de Antonorsi no busca otra cosa que una suerte de equilibrio entre ambas esferas: la artificial y la natural. Las estructuras que soportan la participación de la naturaleza son por si mismas, unas diáfanas esculturas que le deben su aspecto a un impecable trabajo geométrico sobre la madera y sus superficies, pero sobretodo, aun proceso creativo de fondo racionalista que tiene como basamento la arquitectura: una determinante faceta creativa donde este artista se desenvuelve con autentica maestría.
Últimamente estas estructuras se han volcado en solitario, sin la compañía de las exóticas simientes del pasado, en lo que ha supuesto una radical renovación del trabajo escultórico de Antonorsi, no solo en cuanto al tráfico de conceptos sobre artesanía y arte que destila este cuerpo de obras (un cruce de disciplinas que pone de manifiesto la capacidad de inserción de este trabajo en el agitado epicentro de la crisis de géneros, lenguajes y técnicas de arte de nuestros días) sino en lo que se supone una nueva aproximación al hecho escultórico mucho más depurada, concentrada en la madera y sus derivados industriales , que apuesta en explotar suavemente y desde una volumetría de inspiración minimalista, delicadas relaciones de formas y tensiones lineales a partir de una geometría muy innovadora que tiene como epicentro de atracción, la gran fuerza expresiva que surge de las facetas que se organizan en la proyección ortogonal de las vetas de la madera.
Un trabajo discreto pero rotundo, cuya naturalidad asombra y provoca que una vez más planee sobre nuestra mirada reflexiva, aquella vieja frase que reza: el arte imita la naturaleza.